Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios. 2 Corintios 1:3, 4.

El dolor nos recuerda cuán frágiles somos, cuán finitos y falibles, cuán transitoria y efímera es la vida terrenal. Si somos conscientes de lo que implica vivir en este mundo tal como es desde la entrada del pecado, no podemos menos que llenarnos de una aguda angustia existencial. Solo mediante mecanismos psicológicos de evasión, negación o minimización el ser humano puede pretender vivir feliz en este mundo de pérdidas y dolores, donde todas las relaciones y los goces, en última instancia, son fugaces, pues son segados por la muerte. Como alguien dijo cierta vez, hablando acerca de un gran escritor argentino caracterizado por la crudeza angustiosa de su visión de la realidad: “Le falta el grado de inconsciencia necesario para poder vivir”.

En realidad, mucho de lo que hacemos para intentar ser felices, como el afán por el dinero, el poder, los lujos, los placeres, y tantas otras cosas, no son sino mecanismos para seguir inconscientes de lo que implica “la melancolía de morir en este mundo y de vivir sin una estúpida razón”.

Y, en esta carrera alocada por huir de la angustia existencial, nos deshumanizamos: perdemos de vista lo que realmente importa en la vida.

Si rastreamos en la historia personal de quienes descuellan en la historia como la gente más llena de amor, bondad, solidaridad, espíritu de servicio y de ayuda al prójimo, descubriremos que generalmente su vida estuvo signada previamente por mucho dolor, luchas, cargas y sufrimiento. Ellos saben sentir compasión y amor por el prójimo sufriente porque ya han estado allí; ya han bebido de la copa del dolor, y saben lo que se siente. Por eso, pueden comprender al que sufre y tenderle una mano. No son teóricos, filósofos ni simples teólogos. Tienen hondura humana, porque han aprendido en la escuela del sufrimiento, y han adoptado la actitud adecuada frente a este misterio.

Tomado de: Lecturas devocionales para Jóvenes 2015
“El tesoro escondido” Por: Pablo Claverie






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